Corría el año 2001. El que suscribe estaba soltero y llevaba trabajando unos cuantos años, así que se podía permitir algún caprichito de vez en cuando. El dinero que me ahorraba en finales del Athletic, decidí "invertirlo" en un safari por África, un mes entero por Namibia, Zimbawe y .... Botswana. Un camión como medio de transporte, unas cuantas tiendas de campaña y unas cámaras fotográficas iban a ser suficientes para "merendarnos" el sur de África (Muchos flashes pero pocos tiros señor Borbón). Vascos, catalanes, madrileños... nos juntábamos por un mes, para descubrir la fauna, la flora y las etnias del "cono sur" africano. El colorido del viaje lo ponía el staff técnico. El camión lo conducía Steve, un chofer australiano. En sus manos solo podías ver dos cosas, el volante cuando conducía y el vaso de cerveza cuando no lo hacía. Los "torpedos" que agarraba eran de campeonato, menos mal que a las mañanas parecía revivir y nos llevaba con buen tino por las pistas africanas. De la cocina se encargaba Israel, un cocinero zimbawés de raza zulú, todo un licenciado en dietética, que había sido chef en más de un buen restaurante. Entre tanta gente del primer mundo, aquel cocinero zulú destacaba por su intuición, conocía el espíritu de las personas con solo mirarlas y era capaz de tenernos entretenidos durante horas contándonos historias de su pueblo zulú o relatándonos cuentos de aquella especie de monstruo imaginario llamado "Safarranchino". Por último y como jefe de expedición estaba Gorospe, un guía vasco con kilómetros y kilómetros recorridos por el continente africano. Los chacales que solían merodear alrededor de las tiendas, parece que le cogieron cariño.... y ya de paso también las zapatillas.
Tras unos cuantos días por Namibia entrabamos en el país de moda durante estos últimos días, Botswana. Comenzaba nuestra andadura en Rundu, cerca del grandioso Delta del Okavango. Allí aparcábamos el camión y con lanchas rápidas primero y mokoros(canoas propulsadas mediante pértigas por guías locales) después, nos adentrabamos en aquel inmenso laberinto de pequeños canales. Pasadas unas horas llegábamos a una zona medianamente habitable y seca entre tanta agua Allí, acampados en medio de la naturaleza se iba echando la noche y con ella los "bichitos" de la zona. Sin ninguna barrera que nos separara de los animales, el fuego nocturno servía como foco al que dirigir las miradas, los cubatas hacían el resto, le daban a uno el valor suficiente para pasar la noche en medio de aquel zoológico natural, mientras los sonidos iban oyéndose cada vez más cerca. Al amanecer todo se veía distinto: "Aquí, en este árbol se han restregado esta noche", nos gritaba el guía lugareño. Las huellas dejadas en el árbol unido a los sonidos de pisadas escuchadas en medio de la noche, no dejaban lugar a dudas, los elefantes se habían acercado a unos veinte metros de las tiendas!
Recuerdo que al volver a la "civilización" tras la experiencia del salvaje Okavango, el guía de otro grupo, que hacía una ruta similar a la nuestra, nos comentaba que en Botswana estaba un conocido de todos nosotros, un tal Juan Carlos de Borbón y Borbón, que escopeta en ristre acechaba a los grandes paquidermos de la zona. 8.000 kilómetros más al norte, en un verano tranquilo, el ciudadano de a pie desconocía, que su campechano rey, se divertía abatiendo elefantes en la lejana Botswana. Aquella noche nos dimos el gusto de acercarnos a un buen restaurante. El menú no podía ser más variado, asado de antílope, cocodrilo a la plancha, solomillo de elefante, eran algunos de los platos a los que nos asomábamos con mitad sentimiento de culpabilidad (algún objetor carnívoro se declaró en el grupo) y mitad expectación, ante un bocado que no se encuentra uno todos los días en el Eroski. Uno es buen comedor, pero lo del elefante se me hacía una "montaña" (ya! ya se que no me le iban a sacar entero, pero por si acaso) , así que pedí antílope. Mi compañero de mesa sí que se atrevió con la carne de paquidermo, así que aproveché la ocasión para probar un trocito. Eso sí primero inspeccioné bien lo que metía en la boca, por si acaso me dejaba la dentadura en un trozo de plomo de calibre 40, que nunca se sabe si lo que allí te servían había pasado por delante del suegro de Urdangarín.
Pero el viaje continuaba y ahora nos dirigíamos a otro paraíso, el parque nacional del Río Chobe. Una auténtica explosión de fauna y animales salvajes nos esperaba en torno al río. Leones, búfalos, hipopótamos, pero sobre todo elefantes, muchos elefantes. No era necesario moverse mucho para verlos, pero los que conocían la zona aconsejaban montarse en una lancha y darse una vuelta por el río a últimas horas del día. Tras una larga jornada de calor africano, el descenso de temperaturas hacía que los animales se fueran acercando a las orillas del río. Por allí se podía ver a los enormes hipopótamos hundidos en su particular lodazal, al águila pescadora en sus últimas zambullidas, a los marabús mostrando su silueta de conserjes del Palace y cómo no, nuestros querido elefantes. Se podían ver manadas enteras de más de 20 individuos, merodear tranquilos la rivera del gran río Chove. Cuando ya el sol se acercaba al horizonte, cansados ya de sacar una y mil fotos, de cambiar montones de veces de objetivo, llegaba el momento mágico. Aquel elefante solitario,cual Cindy Crawford en un estudio de fotografía de Nueva York, parecía dispuesto a ser retratado a nuestro antojo. Con el motor de la lancha parado y el aliento de los pasajeros contenido, solo los sonidos de los animales y el disparar de las cámaras rompía el silencio que envolvía aquella estampa. "Ahora que levanta la trompa!" "A ver si pillo a esos pájaros que cruzan en el horizonte!" "Ahora que se ve el reflejo entre las patas" Eran las únicas preocupaciones que pasaban por nuestra mente mientras se abría y cerraba el diafragma de la Minolta. El escenario soñado para un aficionado a la fotografía. El resultado lo han podido disfrutar los lectores de este blog en su fotografía de portada desde su creación. Ese elefante del río Chobe se ha convertido en el icono gráfico de esta bitácora, y espero que sea así durante mucho tiempo. Hoy once años más tarde me pregunto cual sería el final de aquel elefante que tuvo la suerte de escapar a la escopeta del Rey.
El elefante que sobrevivió a la escopeta del Rey |
2 comentarios:
¡Envidiable experiencia!
Cuando sea mayor la tengo que vivir, aunque sean otros los animales, otras las aguas, aires, noches, calores, rostros, tiempos… Vivir en toooooda su extensión. Lo dicho, te envidio.
Y como no, lo mismo que he publicado en el foro de “El Mundo”; todos los ciudadanos españoles preocupados por que el Rey en plena crisis está (como siempre) de vacaciones y alarmados por la pasta que se ha gastado en la cacería.
¿A nadie le importa el pobre elefante? para a mí lo que se ha gastado y la oportunidad del momento lo podía obviar, pasar por alto, hacerme el loco incluso, si no hubiera cazado (matado) a ese inocente elefante. Ni si quiera la nueva cadera del soberano me quita este pensamiento recursivo.
Yo que soy monárquico (no practicante), de verdad lo juro, que necesito reflexionar y no sé como voy a digerir esto. Espero que Felipe no sea cazador o, por lo menos, que sea cazador en safaris fotográficos.
Excelente entrada, como siempre.
Hola La Sima, qué gusto tener lectores como tú. Te voy a poner un enlace a un programa e Radio Euskadi, para mi es de lo mejorcito que se puede oir en radio. Eso si que son aventuras y experiencias únicas. Lo suelo a escuchar a las noches y es una terapia estupenda. http://www.eitb.com/es/radio/radio-euskadi/programas/levando-anclas/ En los audios, puedes encontrar el viaje alrededor del mundo que cuenta una familia con dos hijas de 8 y 10 años es buenismo y sirve para darse cuenta que las únicas barreras están en nuestro cerebro. En cuanto al post, como bien dices nadie se acuerda del pobre elefante destrompado en el árbol!!
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