domingo, 21 de julio de 2013

El gato

Llevo varios meses, quizás años peleándome en casa con los gatos. Tener un perro viejillo es lo que tiene, le pones su ración de comida y los dichosos mininos enseguida están ahí al acecho, esperando a que termine, o más bien obligándole a terminar. Hay que verles cómo se ponen! La espina dorsal todo encorvada y su cara amenazante les dan un aire que ríase usted del “Currupipi” de Jesulín.

Esta semana el asunto se me ha ido de las manos. Estaba el jueves pasado con una de las puertas de casa abierta y la otra cerrada con llave. En un momento dado me acerco a la cocina y allí había un invitado sorpresa todo chulo, comiéndose un pastel que nos habían regalado. Como yo no soy como Kiko que dejo que se coman mi comida, me voy directo al intruso, este trata de escapar pero se encuentra con la puerta cerrada. Comienza a dar saltos para escaparse por el cristal de la puerta, pero por mucha claridad que viera, por ahí no había salida. Así que allí estábamos los dos frente a frente, él sin poder salir y yo sin saber qué hacer. No sé quién tenía más miedo de los dos. Al final opto por dejarle sitio para escapar, facilitándole la salida por la otra puerta abierta. Pero la cosa no iba a ser tan fácil. El minino opta por marcharse, pero elige la peor solución y se va a la habitación del fondo, yo me voy detrás, llego a la habitación y ... ¿Dónde está el dichoso gato? Allí me ves removiendo camas y muebles buscando al felino.Se ve que había encontrado una buena madriguera porque no salía ni a tiros! Yo ya tenía la cara más desencajada que Jack Nicholson en el resplandor. Llegan en ese momento los loqueros y me ponen la camisa de fuerza. Al final después de pegar un buen meneo a la cama, el bicho se arranca como un Victorino por la cuesta de Santo Domingo, y quien suscribe se esconde en el burladero como un municipal de Pamplona. "Donde te has ido gatito?" Otra vez a la cocina! Vuelta a la misma historia, él sin poder salir y yo en posición Angel Cristo pero con escoba en vez de látigo. Otra vez a darle paso para que saliera, y claro a achucharle un poco porque si no se me quedaba de inquilino. Al final busca la ventana de la cocina trepa por ella y asunto arreglado! 

Arreglado? De eso nada. Me las prometía muy felices, porque pensaba que por la parte de arriba de la ventana el bicho había escapado lejos de su “hotel”, pero unos ruidos sospechosos a la mañana siguiente me hicieron volver a la pesadilla. Esa noche no habíamos dormido solos. En la esquina del falso techo de la cocina había pasado la noche el impostor! De nuevo frente a frente, John Wayne contra Clint Eastwood, duelo al amanecer  pero sin pistolas. Él acurrucado al fondo y yo con la cabeza metida por una de los placas de pladur que había retirado. En el suelo uno se siente grande frente a un gato, pero cuando en la oscuridad del falso techo tu cabeza parece un premio Goya y el bicho está acorralado piensas: "de aquí salgo con más cicatrices que Freddy Krueger y Fran Ribery juntos". De repente la pelea se ponía a mi favor, mi suegro aparecía por la puerta y al dichoso gato le salía un nuevo enemigo. “Vamos a optar por la estrategia de la paciencia” pensamos. “Quitamos unas cuantas placas, dejamos la puerta abierta y ya saltará y se escapará!” Dijo mi suegro, tratando de emular a Fran de la Selva en Thailandia. Pero claro, el tío se había puesto las botas el día anterior, así que por hambre no se iba a mover. Cinco minutos, diez minutos,… “Oye! este bicho no se menea. Hay que cambiar de estrategia! Quita unas cuantas placas más, abre la ventana y cierra la otra puerta para que no escape. Saca la escoba y a por él”. Me dijo mi improvisado, mozo de espadas. Allí estaba yo como Don Quijote frente a los molinos con una escoba por lanza. Al final al bicho ya no le quedaba otra. “O escapo, o este me ensarta!” debió de pensar. Así que saltó. Todavía se dio una vuelta por la cocina corriendo como un loco y dando más saltos que un finalista de Master-Chef. Finalmente encontró la salida y respiró el gato, respiró mi suegro, y respiré yo. Fin de la estancia en el hotel de los Urkiza compañero, que ya nos has hecho padecer bastante. Me parece que este verano vamos a pasar más calor de lo normal, ya no abro la puerta a intrusos ni borracho!! Y es que ya lo dice el refrán “Casa con dos puertas, mala es de guardar”. 


3 comentarios:

PAQUI dijo...

Podías dedicarte a escribir , tu narración no tiene nada que envidiar a las columnas de las revistas, he empezado el día con una sonrisa gracias a ti.
FELICIDADES

PAQUI dijo...

A mi me pasaba lo mismo hasta que compre a mi perro Blak , como es grandote le tienen miedo y no se acercan porque es "gato muerto" el que lo intenta.

Vitas dijo...

Paqui, el mío les pone la mesa los cubiertos y les invita a Champan al terminar. Se ríen de él! Voy a tener que contratar al tuyo una temporada!

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