jueves, 8 de mayo de 2014

Mi versión de "Ocho apellidos vascos"

El pasado lunes a las 12 de la noche se encendían como cada año las bombillas de la Feria de Abril de Sevilla.  El colorido de los trajes, las carretas con sus caballos, los rebujitos, la gente cantando y bailando por sevillanas, hacen de esta feria una fiesta única. Se dice que hace falta conocer a alguien para poder entrar en las casetas y disfrutar a tope de la fiesta y es una gran verdad. Si vas a la aventura sin nadie conocido, por más jeta que le eches no vas a vivir la feria en todo su esplendor. Eso sí una vez consigues entrar en una caseta todo se transforma. Por allí ruedan los platos de jamón, los rebujitos, los pimientos, y también los cantes y los bailes por sevillanas. No es una fiesta para jóvenes ni para mayores, es una fiesta para todo el mundo. Allí puedes ver a la abuela de la casa, sentada durante horas tocando palmas entre platos de pescaíto frito y disfrutando de una alegría que flota en el ambiente. En el lugar más insospechado surge la magia. Allí puedes ver a un grupo de quinceañeras, fans de Lady Gaga, subirse al autobús con vaqueros y de repente sacar las castañuelas de los bolsos y cantar "a capela" por sevillanas, o escuchar a un aficionado a los toros contar con su gracia especial, que en La Maestranza le han gritado a Ortega Cano, Cangreja!! porque cuando se acercaba el toro reculaba para atrás. También puedes ver a esa "niña" que reta con la mirada a su pareja de baile mientras suenan  María del Monte o los Cantores de Hispalis.

Una bonita aunque rocambolesca historia de amistad de casi 30 años tuvo la "culpa" de mi visita a la feria de Abril. Ella se llama Rosa  y como se puede ver en el vídeo siguiente  lo suyo es el baile con pasión:



Las chicas del plantón.
La historia comenzaba en un lejano invierno del año 1987, tras muchas prorrogas y tras finalizar la carrera, tocaba cumplir con el servicio militar. Mi destino era Ceuta. Unas cuantas dioptrías de más albergaban la posibilidad de librarme de pasar un año en el continente africano. Para ello había que pasar un tribunal militar en Sevilla.
En uno de los días de permiso mi amigo Ignacio, (otro ingeniero que también trataba de librarse de la mili como yo) nos fuimos a conocer la ciudad del Guadalquivir. Andando por las calles de esa bellísima ciudad nos topamos con la discoteca "El Coto". "¿Entramos?" "Vale!" Nos dijimos. Unas horas después, allí estábamos los dos bilbaínos en una discoteca sevillana emulando la primera escena de "Ocho apellidos vascos" pero al revés, eran ellas las andaluzas y nosotros los vascos. Dos espectaculares sevillanas se animaban a hablar con nosotros, pero sobre todo nos dejaban a cuadros pegándose unas sevillanas a un metro de nuestros morros. Madre mía que manera de bailar! "Oye Ignacio, con estas tenemos que quedar otro día" Le dije a mi compañero. Dicho y hecho. Y las sevillanas aceptaron! Al día siguiente llegaba la hora de la cita. "Diez minutos no es nada Jesus" Me decía mi amigo mientras mirábamos ansiosos el reloj. 20 minutos, media hora, una hora! Eso era ya demasiado! Estaba claro que el "éxito" de la discoteca había sido menor del esperado. Aquellas dos "flamencas" nos habían dado plantón!"Qué se le va hacer! A ver si nos libramos de la mili y lo demás son tonterías!" Nos consolábamos el uno al otro.

Pero curiosidades del destino, al día siguiente y en vísperas de Navidad me daba una vuelta por el Corte Inglés, y mira tú por donde, entre más de 700.000 personas me encontraba yo con mi sevillana. Uno muy digno, tras la humillación sufrida, optaba por un saludo distante y por alejarme del lugar. Ella sin embargo parecía querer saldar alguna cuenta pendiente. "Espera un poco"  me gritó! "¿Para qué? Si no quisiste venir ayer!" Le respondía haciendome el ofendido. Fue entonces cuando me contó que ella quería haber ido pero que su amiga dijo que no, etc. etc. Conociendo hoy como conozco a Rosa , estoy seguro que lo que me decía era verdad. Tras un buen rato charlando con ella y con su querido hermano que le acompañaba, nos intercambiamos los teléfonos y las direcciones y le prometí contarle al menos el final de mi "batallita" por librarme de la mili.Cuando esta se produjo, toda una noche leyendo a oscuras parece que hizo su efecto, le escribí tal y como habíamos quedado contándole la buena noticia.

A partir de ese momento se fue creando una bonita relación epistolar. No había navidades que no nos escribiéramos o llamáramos. Y en aquellos tiempos sin móviles, sin whatsapp, sin redes sociales fuimos capaces de mantener la amistad. Fue discurriendo el tiempo hasta que bastantes años después, y de la mano de otras amistades, aparecía yo por la feria de Abril, y claro quedaba con mi sevillanita. En esa ocasión y dado que yo iba con otras personas solo nos vimos un rato, pero al menos conseguíamos vernos cara a cara tras muchos años. Suficiente para ir fraguando aún más la amistad.

El vasco con las tres sevillanas en fiestas de Sopelana
Unos meses después sonaba el teléfono de mi casa. "Hola Jesus, sabes que estamos en Burgos unas amigas y yo?" Igual nos acercamos por Bilbao!" Decía Rosa. "Estupendo!" Le dije " En mi casa podéis estar las tres". Al día siguiente allí estaba el vasco todo nerviosos en la estación esperando a tres sevillanas que venían a visitarle. " Oye, lo primero es buscar sitio para dormir" decían las amigas de Rosa. " Pero donde vais a estar mejor que en mi casa" les decía yo que cuando aquello vivía solo en Leioa.  Un par de pensiones cutres, sirvieron de coartada para que las cosas fueran a su sitio. "Oye pues, nos vas a tener que hacer un sitio, porque ahí arriba no dormimos ni locas!"

Javi, Rosa, el Mariachi y Jesus
Así que allí que nos íbamos los cuatro para el Hotel "Urkiza", dispuestos a pasar unos días de fiesta por tierras vascas. A veces solo y otras con la ayuda de mis amigos me fui apañando para ir enseñando lo mejor de nuestra tierra. Unos días después las dos amigas de Rosa se marchaban para tierras andaluzas, y allí nos quedabamos Rosa y Jesus, como los "Amaia y Rafa" de la peli, pero sin líos de bodas, ni de manifas!
Con menos sobresaltos que los protagonistas de la película, seguimos disfrutando de las maravillas de euskadi. Nunca se me olvidará un bañito, con escalada incluida, en la playa de Mutriku. Tampoco olvidaré la cena con mi buen amigo Javi, los tres con sombreros mejicanos, y el baile por sevillanas con que nos deleitó la andaluza. Días después ella marchaba para su Sevilla natal a disfrutar de su pescaíto y de su feria y el vasco se quedaba aferrado en su tierra con su marmitako  y su sirimiri. Algún año más tarde volvimos a vernos por Sevilla,siempre en buenísima sintonía. Y poco a poco todo fue volviendo a la "normalidad" de los años anteriores, un teléfono por aquí, un whataspp por allá, algunas noticias de sus trabajos, de sus relaciones, de mis hijos, de nuestros familiares. En definitiva una bonita historia de amistad que empezaba en un lejano 1987, que se mantiene hoy en día y que los dos sabemos, será una amistad para toda la vida.











1 comentario:

geroarte11 dijo...

Qué bonitoooo!!! si es que Rosa es lo mejor de lo mejor, una amistad para no perder en la vida. Conocía parte de la historia del día que fuimos a ver Ocho apellidos vascos, pero contada por Jesús me ha encantado.

ENTRADAS HISTORICAS (ABRIL 2021)

Foto dedicada de mi admirado Txema Olazabal

 Gracias Txema. Eskerrik asko. Y gracias Garay. Un beso.



 

 

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