Conocí el cuento de "Las pelusas calientes" en la época en que solía asistir a charlas, seminarios y vacaciones con los amigos de Sumendi. En esos lugares desde luego no faltaban "pelusas calientes" en forma de abrazos y caricias positivas.
Hoy que estamos pasando una crisis económica, pero también de principios, de solidaridad y de afectos, creo que es un buen momento para compartir este precioso cuento, que habla de lo tacaños que somos en decir una palabra bonita, un abrazo o un "te quiero". Y del daño que todo esto nos hace.
EL CUENTO DE LAS PELUSAS CALIENTES
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Pero un día un malvado brujo se enfado porque todos eran felices y nadie compraba sus pociones y ungüentos así que ideó un plan perverso difundió en todo el país el rumor de que las pelusas se agotaban, que no se podían dar tan a la ligera cuando a uno le apeteciera. Debían ser más prudentes y reservar pelusas para sí mismos. Muy pronto la gente se fue volviendo más tacaña y comenzó a notarse la escasez de pelusas calientes, todos se sentían más tristes y desprotegidos, desesperanzados, como adormecidos y sin espíritu. Algunos empezaron a encogerse y, de vez en cuando, alguno moría por falta de Pelusas Calientes. Así, más y más personas iban a comprarle pociones y ungüentos al brujo, aunque no parecían muy efectivos.
Antes de que el brujo apareciera, la gente acostumbraba a reunirse en grupos de tres, cuatro o cinco personas, sin importarle demasiado quién daba Pelusas Calientes a quién. Después de que llegara el brujo, la gente empezó a emparejarse y a reservar todas sus Pelusas Calientes para sus parejas. Las que se descuidaban y daban una Pelusa a alguien más se sentían culpables, porque sabían que su pareja seguramente notaría la pérdida. Y los que no encontraban una pareja generosa tenían que comprar sus Pelusas y trabajar muchas horas para poder pagarlas.
No hace mucho tiempo, una adorable mujer de feliz sonrisa, llegó a ese país entristecido. Parecía no haber oído hablar del brujo, y no le preocupaba que se acabaran sus Pelusas Calientes. Las daba libremente, incluso cuando no se las pedían. Algunos no la aceptaban, porque hacía que los niños se despreocuparan de que se les acabaran las Pelusas Calientes. En cambio a los niños les gustaba mucho, porque se sentían bien con ella. Y pronto volvieron a dar Pelusas Calientes siempre que les apetecía.
Las personas mayores comenzaron a preocuparse y decidieron utilizar la Ley para proteger a los niños del derroche de sus reservas de Pelusas Calientes. La Ley convirtió en una actividad criminal dar Pelusas Calientes de manera descuidada, sin licencia. Sin embargo, muchos niños parecían no enterarse y a pesar de la Ley, continuaron dándose Pelusas Calientes unos a otros siempre que les apetecía y siempre que se las pedían. Y como había muchos niños, casi tantos como personas mayores, parecía que podrían salirse con la suya.
Este asunto se extiende por toda la tierra y probablemente la lucha esté llegando a donde tú vives. Si lo deseas, y ojalá así sea, puedes unirte dando y pidiendo libremente Pelusas Calientes, y siendo todo lo amoroso y sano que puedas.
He puesto una versión reducida del auténtico cuento de Claude Steiner. La versión completa se puede ver en este enlace.
Para los que prefieran verlo en video: (El relato solo dura hasta el minuto 3:15)
Como ya hemos aprendido lo bien que sientan las pelusas calientes y que no se terminan nunca, envío una a cada uno de los que de vez en cuando se pasan por este Blog.
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